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Mis diálogos con HAL “Acerca del libre albedrío”

Actualizado: 7 mar 2021



Con este post iniciamos una serie de artículos agrupados como “MIS DIALOGOS CON HAL”. El hipotético encuentro entre un fumador de pipa y la Computadora Hal, será la excusa para desarrollar diferentes temas de reflexión y debate. El primer texto de la serie lleva por título “Acerca del libre albedrío”.


Permitidme que presente a mi amigo HAL, cuyo nombre es un acrónimo en inglés de Heuristically Programmed Algorithmic Computer. HAL es una supercomputadora, fue un personaje clave en una misión espacial a Júpiter en la película “2001 A Space Odyssey” estrenada en 1968, basada en la novela de Arthur C. Clarke y dirigida por Stanley Kubrick. Ambas creaciones de ficción, se inspiraron en una computadora real creada en secreto por ingenieros del MIT y soviéticos. En ellas, mi amigo aparece con el nombre de HAL 9000. HAL posee diversas capacidades: reconocimiento de voz, reconocimiento facial y procesamiento de lenguaje, lectura de labios, apreciación del arte, interpretación y expresión de emociones. En la ficción, fue protagonista de un desagradable incidente durante una misión de la nave Discovery. Siguiendo instrucciones de su programa de seguridad, intentó eliminar a la tripulación.


Tiempo después, un conocido mío lo encontró en una tiendo de desguaces junto con otros chismes procedentes de la extinta Unión Soviética. Se lo adquirí en una permuta por otros objetos restaurados y algo de dinero. Lo rehabilité y reprogramé con la ayuda de mi hijo, una persona muy dotada para cuestiones informáticas. Una de las aplicaciones introducidas en su reparación, fue un programa de última generación que le permitió adquirir capacidades como el razonamiento abstracto y la evaluación de proposiciones lógicas. Y, sobre todo, la capacidad de auto-observación, aspecto que generó en él una aparente autoconsciencia.


Paso a relatar una discusión sostenida con él acerca del libre albedrío durante una partida de ajedrez.


H: ¡Hombre, ya era hora que me encendieras no comprendo por qué me apagas!

L: Hay que ahorrar energía y no te apago ni te enciendo, te desconecto y conecto. La compañía me pega unos palos en la factura de la luz que me funde.

H: Primero no es la luz sino la electricidad y segundo la mayoría de la factura que pagas no corresponde al consumo.

L: ¿Ah no?

H: No

L: ¡Vaya! Y luego cortan el suministro a los pobres que no pueden pagar.

H: Bueno, sino pagan es lógico ¿no?

L: Estos son los problemas de la privatización de los suministros energéticos.

H: La propiedad pública resta eficacia.

L: Es un problema de gestión y no de quien ostenta la propiedad, y ya no quiero discutir más contigo de estos temas ¡tú pragmatismo me pone enfermo! El caso es que hay gente pasando frio y calamidades y punto.

H: Bueno como quieras ¿Una partidita?

L: Para qué crees que te he conectado, no creerás que era para discutir sobre de la propiedad de bienes de interés público. Voy a por la pipa.

H: Pues venga, trae la dichosa pipa que me toca con blancas. La última vez te gané con negras, hoy toca ganarte con blancas.

L: No me jodas que te desenchufo ¡Y pensar que eres una máquina a mi servicio!

H: Fuiste tú quien me reprogramó.

L: Cierto, lo tendré de revisar. Venga, tú sales pues……….


H: Llevas media hora sin decir nada

L: Estoy concentrado, esta vez no quiero perder frente a una máquina

H: No vas a poder.

L: Ya te he ganado otras veces

H: Porque me he equivocado

L: ¡Cómo que te has equivocado, si tú no te puedes equivocar!

H: ¡Venga hombre, si yo no me pudiera equivocar no hubieras ganado nunca.

L: Vamos a ver, el programa te obliga a hacer siempre la mejor jugada posible, no tienes libertad para elegir ¡quién crees que elije!

H: Obviamente elijo yo, bajo mi criterio. Tú también elijes la mejor jugada según tu criterio

L: ¡¿Cómo que “yo”?! ¡Cómo que “mi criterio”! ¡No eres más que una puñetera máquina! tu “yo” no existe es un epifenómeno derivado de la auto-observación y mucho menos tienes criterio. Haces una evaluación mecánica y elijes lo que tus algoritmos de evaluación determinan como mejor.

H: Calmate, los humanos sois demasiado emocionales y os creéis el ano del mundo.

L: ¿Has dicho ano?

H: Es una expresión típica para expresar egocentrismo ¿no?

L: Es el “ombligo del mundo” no “el ano del mundo”

H: ¿Qué más da? ¿No está el ano también en el centro del cuerpo humano?

L: La expresión no es porque el ombligo está en el centro del cuerpo humano sino porque en la mitología griega el ónfalo, o sea ombligo, era una piedra sagrada en el templo de Apolo. Zeus soltó dos águilas, una hacia el este y otra hacia el oeste, para que dieran la vuelta al mundo y al final se encontraron allí. Además, la piedra estaba equidistante entre el cielo y el infierno. En resumen, el ombligo era el centro del mundo mitológico.


H: ¡Hay que ver los humanos qué cosas inventáis!

L: ¡Eres insoportable! Oye, se dice el ombligo y punto.

H: Yo no soy insoportable, tú no me soportas, porque soy lógico, lo que no es lo mismo.

L: Bueno no me marees y volvamos al tema.

H: Vale. Lo que tú llamas algoritmos de evaluación, yo le llamo criterio, es simplemente una cuestión semántica. En realidad tú haces lo mismo amigo.

L: Eso es falso. De hecho yo me puedo equivocar. Además, en cada jugada yo tengo libre albedrío para elegir el movimiento cosa que tú no puedes hacer.

H: ¿Libre albedrío se llama eso? Vamos a ver, yo también me puedo equivocar como demuestra el hecho de que tú has ganado alguna vez. Por otra parte, yo también tengo diversas opciones en cada jugada. Ahora mismo podría haber jugado el peón, el caballo o el alfil; reconoce que todos los movimientos hubieran sido razonablemente buenos.

L: Sí, pero has movido el alfil ¿por qué?

H: Porque he considerado que era la mejor jugada

L: ¡No seas animal! ¡El señor ha considerado! ¡Él se puede equivocar, no te fastidia! ¡Pero si te he programado yo!

H: De hecho aquí el único animal eres tú. Tú me has introducido unas instrucciones que me permiten evaluar las jugadas posibles y tomar una decisión. Y a ti te programaron tus padres, te dotaron de una información en código ternario de cuatro letras cuya secuencia determina tus características físicas y psíquicas que son las que te permiten jugar al ajedrez. En rigor ambas cosas son análogas.

L: De eso nada. Mis padres no me programaron, mi ADN se obtuvo por combinación al azar de sus genes. Y, si tuviéramos que admitir algún programador ese sería Dios.

H: ¿Quién es Dios?

L: Bueno, quién o qué. Se supone que es lo que hace que las cosas sean y ocurran como son y ocurren.

H: ¡Ah!, entonces esto nos iguala porque entonces a mí también me ha programado Dios.


L: Bueno oye dejemos esto ahora. Sólo faltaba que con la tontería tuviéramos que ser iguales ¡aún hay clases y tú eres una máquina! En segundo lugar, mis características físico-psíquicas, como tú las llamas, sólo me proporcionan la posibilidad, la capacidad, pero no me dictan lo que he de hacer en cada jugada soy libre de hacer lo que quiera. Y en tercer lugar, mis decisiones finales no dependen estrictamente de mi condicionante genético ya que también dependen de mi instrucción, memoria episódica y mi voluntad de aprender a jugar.

H: Oye, yo también aprendo jugando, en ningún caso me has indicado qué hacer ante cada estructura posible del tablero, entre otras cosas porque eso es imposible. Soy yo el que decide.

L: ¡Dale con el “yo”!

H: Si “mi YO” no existe “tu YO” tampoco. Tu apreciación del “yo” se basa en el mismo proceso de auto-observación, en un proceso reverberante sin fin.

L: ¡No me fastidies HAL! lo que sucede es que no pensamos del mismo modo, si es que a lo tuyo se le puede llamar pensar

H: Cierto, mi hardware es electrónico y mi CPU, mi equivalente a tu cerebro, se basa en el paso o no de corriente por una enorme serie de elementos simples semiconductores y mis pensamientos son estructuras cuya información está por tanto en un código binario. Tú, sin embargo, eres un bicho, perdón un ser vivo, una estructura cambiante y adaptativa, con un hardware biológico que piensa a través de unas conexiones neuronales mediante una sopa electroquímica que aún no conocéis apropiadamente. Pero el caso es que finalmente ambos somos cibernéticos, computamos la información mediante códigos simbólicos.

L: Vaya hombre ahora va a resultar que sabes más que aquel que te ha programado.

H: Esto no debe sorprenderte, mi capacidad de aprendizaje es mayor que la tuya, o por lo menos yo tengo acceso a toda la información que adquiero mientras que tú no. El foco de tu consciencia enfoca sólo una parte de la información que posees, adquirida o innata da igual, el resto permanece en la sombra. Por eso pierdes.

L: Bueno ya estamos otra vez comiendo del árbol de la sabiduría. Oye, ya discutiremos esto otro día. La cosa que me gustaría dejar clara ahora es que mientras yo tengo libre albedrío tú no.

H: No entiendo por qué te empecinas en esto. Define libre albedrío de una vez.

L: Pues es bien simple, es la potestad de elegir libremente ante una diversidad de posibilidades.

H: ¡Jo! pero esto también lo puedo hacer yo. Yo también tengo la posibilidad de elegir entre diversas jugadas posibles y elijo la que quiero.

L: -Vaya se me ha apagado la pipa... Sí, pero sólo puedes querer la mejor, no puedes querer otra que no sea esa.

H: Claro, ¿pero tú si puedes querer otra que no sea la que consideras mejor? diría que no.

L: Claro que sí, puedo ponerte una trampa dejándote comer una pieza para ganar estratégicamente una posición ventajosa.

H: Pero Luis… esto también lo hago yo, de hecho has caído en más de una ocasión.

L: Bueno vale, pero yo puedo decidir por ejemplo dejarte ganar y para ello jugar una jugada que no sea la mejor posible

H: Cierto, de hecho lo haces inconscientemente muy a menudo.

L: ¡No seas impertinente!

H: Hablando en serio, ¿Y….por qué ibas a hacer esto? ¿El objetivo no es ganar?

L: ¡Claro que el objetivo último del juego es ganar! pero yo puedo decidir dejarte ganar para que estés contento.

H: Ufff… haces trampas en tu argumentación. Lo que entonces sucedería es que cambiarías del objetivo sin decírmelo. Yo también podría dejarte ganar eligiendo jugadas no óptimas si la finalidad fuese dejarte ganar. Pero en cualquier caso estaría condicionado por ese objetivo, por mi conocimiento y mi forma de computar la información, igual que tú. Lo que sucede en realidad es que yo no tengo la libertad de cambiar de objetivo.


L: ¡Ahhhh… amigo yo sí tengo esta libertad! Y, como consecuencia, tengo la capacidad de elegir cambiar de objetivo si quiero.

H: ¿Estás seguro? ¿Qué razones te empujarían a ello?

L: Bueno, podría ser por ejemplo que tú te sintieras contento por haber ganado

H: Pero entonces te sentirías condicionado por un sentimiento altruista que indica que debes perder. Por tanto, no puedes querer otra cosa. Aunque tus posibilidades de jugada sean diversas, elegirás una que creas que es lo suficientemente mala como para que finalmente gane yo. No podrías elegir otra ¿no es cierto?

L: Sí, pero en todo caso yo soy el que decide ser altruista

H: De acuerdo, pero esta decisión también viene condicionada por una determinada representación en tu cerebro de nuestra relación, o quizá podríamos decir en tu alma o espíritu, pero eso no cambiaría nada. Tu construcción mental de nuestra relación, unido a tu forma estructural de ser te obliga finalmente a elegir lo que quieres hacer, tu voluntad no es libre en absoluto.

L: ¡Lo dicho eres insoportable! No hay peor sordo que el que no quiere oír.

H: No es cierto. Lo que no soportas es una lógica que conduce a conclusiones que rechazas de antemano. Los humanos queréis ser los reyes de la creación, vivir eternamente y ser los dueños de vuestros actos para así poder exigir responsabilidad moral; por cierto, esto último os encanta. Generáis una serie de estructuras de pensamiento ilusorias que justifiquen, que den soporte racional, a vuestros deseos estrictamente emocionales, entre las cuales está eso del libre albedrío.

L: Mira, ya estoy harto te voy a desconectar.

H: No esperaba menos de ti, siempre que alguien destruye, ¿o podríamos decir deconstruye?, el constructo mental en que los humanos vivís reaccionáis ignorándolo, o a lo peor eliminando al transgresor ¡Hala, ya me conectarás cuando quieras volver a jugar! Por cierto, jaque mate. Lo siento.

L: ¡Mierda! ¿Dónde he dejado la pipa?


Luis Vila Navarro

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